Está bien, está bien, ya estoy despierto, ya me levanto. Todos los días me levanto a esta hora, siempre con esta sensación de ahogo este sabor a tabaco en la boca, y eso que hace doce años que deje de fumar, pero igual me despierto con ese sabor en la boca y esa sensación de ahogo.
Debe ser el ambiente del café, no ¿Cómo de qué Café? Claro, usted no sabe.
Desde hace varias noches ni bien me duermo entro al Café, si siempre al mismo y soy el último en entrar, sabe, todas las noches el último, cuando yo llego ya están todos sentados delante de las mesas de siempre, si, siempre los mismos, y yo no tengo más remedio que sentarme en la única mesa que queda libre, donde y ame está esperando el pocillo de café cortado.
Ese es otro misterio, yo nunca he visto ningún mozo ni a nadie detrás del mostrador donde esté humeando la máquina Express, pero cuando yo llego, el café ya está servido, como si alguien supiera.
Vaya uno a saber como son esas cosas. A mi me gustaría llegar alguna noche antes, para ocupar alguna de las dos mesas que están junto a las vidriera que da a la calle, para mirar quien pasa vio, pero como siempre llego último.
Los otros se acostarán más temprano que yo, vaya uno a saber.
Por otra parte me estiro lo que puedo pero nunca he visto pasar a nadie frente a la vidriera, y al calle está tan oscura.
Pero no crea que el Café está mejor iluminado, pocas lamparitas y con tan poca luz y el humo - todos fuman un cigarrillo tras otro - yo aspiro ese humo y por eso, este sabor cuando me levanto.
Detrás hay otras dos mesas, a mi derecha solo una y al frente la única ocupada por una mujer, una mesa, una persona, una silla por persona, todos solos, con su vinito, su cerveza, sus cafés.
Pero es difícil distinguir algo. Yo no he podido todavía ver la cara de esta mujer que está de espaldas, casi inmóvil y saboreando de a poco su cerveza.
Está siempre vestida de oscuro… la melena negra y abundante, y apenas se distinguen sus manos blancas con varios anillos.
Tiene un cuerpo elegante visto así de espaldas, pero el rostro queda siempre en las sombras.
Está mirando la puerta de entrada, como si esperara que alguien apareciera de pronto, pero nadie llega después de yo. Por otra parte no hay más mesas para ocupar, ni sillas para sentarse. Pero ella parece estar siempre esperando.
Por eso anteanoche tomé la decisión de acercarme cuando llegue al próxima noche y conservar un rato, si me lo permite.
Cuando me dormí estaba decidido, y ni bien llegué al Café la miré de frente pero sin animarme más que a saludarla con una leve inclinación de cabeza. Apenas me miró pero noté que sonreía.
Seguí hasta mi mesa donde me senté frente al cortado que ya me estaba esperando como siempre.
Al rato observé que ubicaba su silla de costado y me miraba sonriente. Le devolví la sonrisa y , después de dudar unos instantes, tomé el pocillo de café y me dirigí hacia su mesa.
Advertí que había una silla vacía justo frente a ella.
“Buenas…” alcancé a balbucear a media voz.
Con una amplia sonrisa respondió “Hola…” con voz grave y profunda.
Voz de tango pensé, y o se porque me acordé de Malena, la del tango ¿vio?
“Malena canta el tango como ninguna…”
Conversamos un largo rato de tantos temas. Por eso me costó despertarme esta mañana. La charla se hacía cada vez más amena…Sonrió ampliamente mientras me decía:
“Me pareció que no te animabas a arrimarte a mi mesa…y mirá cuánto hemos conversado hasta ahora…Pero todavía no nos presentamos ¿Vos cómo te llamás? Me preguntó de pronto…
- “Alberto” le contesté.
Me miró sorprendida, se le agrandaron los ojos de asombro mientras me miraba de frente.
“Así que Alberto”, dijo evidentemente asombrada. De pronto recobró la sonrisa y tranquilidad.
Se recostó en la silla mientras repetía:
“Así que te llamás Alberto. Qué casualidad, igual que yo.”
Cuento perteneciente a Luis Edgardo Soulé."Noches de Café" 2007
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